Tuesday, July 25, 2006

Bitter

No sé si el famoso brebaje sería precisamente dulce, de hecho no y deseé por unos minutos tomar la mano del maravilloso hombre que tenía a mi lado y estar chocando un par de cervezas. Jamás edulcorado pero podría decir que ha sido el más espeso que he probado en toda mi vida.
Sin pensar nada…o en verdad sí pensando que yo podía estar pisando esas tablas con la misma solemnidad que los tres personajes, quitando la taza con mil intenciones de esas, acaso mesitas colgantes, que parecían estar moviéndose dentro de algo , al tiempo que conteniendo un fuego de aquellos ( ¿ Paranoicamente guardando una verdad?). Confusión.
"Los pianos cuando no los tocas se aburren" pero la cabeza cuando no piensa se atrofia…en cambio cuando el corazón deja de sentir nos volvemos simplemente personas comunes y corrientes. Esta fue la oportunidad en que cada fibra de la mente tuvo un remezón al ritmo de los espasmos guturales en que una Mica maligna pero frágil enlaza como puentes las pistas para darse cuenta que a veces un chocolate tan denso puede llegar a ponerte dura la boca al momento de disfrutar de un drama cerebral –pasional.

El pianista, André es un personaje que a ratos parece un niño ángel y de golpe un ser terriblemente anciano y sublime al verse disputado entre sus recuerdos, la sorpresa , la verdad, la fragilidad de su calvicie y una aterradora sonrisa. El mix perfecto para cristalizar en esas acciones que tienen carga y nunca explotan, así como el orgasmo que se aguanta y afiebrado con la clama se deshincha. La clave está en no esperar, aconsejo imaginar y abrir los receptores de la delicadeza a una exquisitez de gusto adquirido, como cuando eres chico y quieres probar el plato de un grande y sólo te responden : eso no te va a gustar.
Si hubiese que describir el momento con una palabra, debiera decir que ella es el suspenso, así duro y sin preludios carente de espacios para contrapuntos, sostenida por el trabajo sombrío y avasallador de emociones que no explotan, verdades que no se dicen, amores que no aman y que dan solución en frío con un veneno adictivo.
Penetrante la obra y a sorbos irreal, casi olvidaba que en estos tiempos es posible tranportarse al pasado, con actores que hablan bien, que cuidan sus movimientos y que imprimen al público un sentimiento embargante de que las cosas son así y punto, aunque se repitan de función a función no van a cambiar, de que siempre estará el bien y el mal
La disfruté y la sufrí, caminé un par de metros y en un kiosco compré una barrita que me devolvio el alma al cuerpo, barata y rasca pero dulce, entonces ahí comprendí la ironía, juraba que estaba comiendo un chocolate (que en realidad nunca fue chocolate), al igual que los personajes que agradecen por su desgracia.
En fin, me gustó y en ese momento se acercó aquel hombre a mí, cuando ya no quedaban rastros de la tentación; entonces espetó sin más: " gracias por el chocolate"