Sunday, April 08, 2012

Marruecos sin Mapa

Bajar del avión por una escalera con ruedias era mala señal, pero realmente el aeropuerto de Marrakech resultó ser fabuloso, de atención rápida y moderno. El edificio blanco de una planta, estilo morisco e iluminado de tal forma que el color de su fachada cambiaba más o menos cada un minuto. Hasta ahí todo bien.

Pero quince minutos después cuando aún no aparecía el tipo del transfer con nuestro cartelito y ya comenzaba a oscurecer, empezaron a rondarme las dudas sobre este tipo de contratación de servicios por internet en un país tan desconocido para nosotros, donde el inglés no se daba bien para ninguna de las dos partes. Tras media hora de retraso el hombre llegó y mi madre respiró en paz mientras afuera todo se volvía jeroglíficos árabes, bocinazos, túnicas y más túnicas.

Entremedio de un potpurrí de autos, motos y mezquitas, el tráfico se fue disipando tras cruzar las puertas de la Medina, por una sola razón: Estábamos perdidos entre los intrincados pasadizos, ya se había hecho de noche y el brillante chofer no lograba dar con el hotel. Dudé, mi madre partner también dudo, pero como no hay nada imposible, acabamos por ser encontradas por el dueño del lugar, donde ciertamente era imposible acceder en auto.

El hotel era un Riad, antigua casa o palacete tradicional marroquí transformada en una suerte de hotel boutique, con tres pisos repletos de alfombras mágicas, lámparas maravillosas y cuyas paredes estaban completamente revestidas de cerámica "bere bere", un término que explicaré más adelante.

Estábamos en la casa de "Jade" de "El Clon", decoración preciosa, buena atención e impecable. ¡Gracias Booking!

Seguido de la despertada en la pieza Aladino style, el desayuno local con auténticas pitas y panes extraños sacó aplausos, no sólo por su frescura, sino además por su delicioso y típico té de menta y zumo de naranja recién exprimido.

Como no sabíamos si en este país musulmán íbamos a ser miradas con caras de pecadoras, opté por los jeans que ya tenía casi incrustados desde el despegue en Santiago y para dar el toque local delineé mis ojos con lápiz negro: grito y plata, no sólo me preguntaron si era marroquí, sino que mamá casi cae en la tentación de cambiarme por cientos de camellos, ante tanta buena oferta.
Lo jocoso es que muchos comerciantes daban por hecho que éramos españolas y nos gritaban María!! a ver si nos dábamos vuelta.

Al salir del Riad esa mañana ya se veía venir que el retorno no sería fácil y que la terapia de shock sería intensa, no sé si tanto por la avalancha de burkas y motos locas en callecitas empedradas de no más de un metro y medio de ancho. El principio del recorrido fue la herboristería "Amir", de película y para impresionarse, con cerros de tierras de colores para los más raros usos, especias, inciensos, pigmentos y hasta una ruedita de greda que en contacto con la saliva te pinta los labios. Para el par de inexpertas las dos primeras cuadras fueron una dinámica de dejarse engatusar para entrar,mirar, sorprenderse y luego tratar de arrancar como se pueda, todo en ese orden.

Tal como uno sospecha, hacen de todo para que les compres, te dicen que serás la "prima clienta" del día y ponen cara de desconcierto cuando les dices que no eres del Real ni del Barza.
Ya entrando al zoco, el mercado más grande de Marruecos hemos adquirido la pericia en el regateo, mientras el olor a Patronato se te cuela en la nariz y te sientes como en una gran tienda étnica rodeada de tapices, faroles, colores; joyas, plata y cuero...Mucho cuero con ese fuerte olor del camello curtido, miles de detalles que no quieres dejar ir mientras te corres para que los locales pasen, ágiles con sus zapatitos de punta levantada y sin talón.

La extrañeza del idioma se va alejando y aunque incomprensible, da gusto escucharlo. La segunda lengua es el francés y todos lo hablan, sólo unos pocos se manejan con algo de inglés y castellano.
Pero para la compra y la venta no hay idioma.

No se ven policías y la medina es un caos, sin embargo, uno jamás se siente amenazado. No sé si estaré en lo correcto, me parece que si acá robas te cortan las manos, y si no es así, de todas maneras la ley debe ser muy dura.


Prueba Superada


El constante desafío es esquivar las motos por los corredores; el segundo encontrar un baño decente, el que pude encontrar en el mismo café que un día después volaría a manos terroristas; el tercero: lograr que no nos estafen.

Obviamente aunque tengas la ilusión de que pagaste poco siempre, sí o sí ellos saldrán ganando, los precios reales son vergonzosamente bajos y por el otro extremo el sobreprecio para quien no es musulmán en estas tierras es obsceno, así y todo uno se deja embolinar la perdiz, tomar ventaja de venir de un país lejano, y refregarles en la cara que no tenemos euros puede ser una buena alternativa, ahí el interés de ellos decae y por tanto la lucha cesa. Te llevas ese tesoro que tanto te preocupa no volver a encontrar y que en un lugar tan variopinto es lo más probable.


Pasamos por los mercados de comida y por los que no son turísticos, así como también por un persa de ropa usada y otra suerte de feria con pieles de tigres, serpientes, gacelas, curiosidades varias y hasta camaleones vivos: una maravilla. El único punto flaco fue un tajine con cous cous y ensalada que almorzamos, totalmente grasiento y olvidable.

También concluímos que con 29 grados los pantalones y la pacatería autoimpuesta habían sido una pésima idea. Con la mochila reventado de compras y un niño que nos perseguía insistentemente para ser nuestro guía intentamos volver al riad para alivianarnos y cambiarnos, pero no fue posible porque por segunda vez en 24 horas estábamos perdidas!!

Por cerca de cuatro horas dimos vueltas, vueltas que tampoco fueron en vano, pues entramos a conocer el famoso Palacio de Bahia, hermosísimo! no por un afán cultural precisamente, sino porque necesitábamos nuevamente un baño :) y de paso ver si alguien nos ayudaba a ubicarnos.

En el extravío vimos de todo, desde tres inmensas cobras en la plaza central bailando a son de la flauta (que me arrepiento de no haber fotografiado, pero el miedo fue más fuerte) hasta el solemne rito musulmán del rezo mirando a la Meca, que se inicia con un quejumbroso llamado por altoparlante desde las mezquitas - templos sagrados que no pudimos visitar por estar reservados sólo para hombres- y continúa con cientos de hombres atiborrando las las estrechas callejuelas con sus alfombritas sobre las que se hincan para repetir sus oraciones.

Finalmente y antes de ser asesinada por mi propia madre, logramos dar con el riad, no sin antes tener que darle propina a un señor que nos "ayudó". Una vez a salvo, tras este primer e intenso día nos comimos nuestro chilean pic- nic, consistente en barritas de cereal y café de vainilla, una acertadísima idea de mi hasta hacía minutos asustada madre.