Monday, April 16, 2012

En Portuñol

Si hay tanto que escribir, se debe a que hubo mucho qué hacer, ver, degustar, vivir: Gozar. Llegar a Lisboa fue sentir que llegábamos a casa, pero a un lugar donde jamás antes habíamos estado, tras la primera noche de dormir en un coche dormitorio, lo primero sería ubicarse en el espacio y para eso un buen desayuno con wifi resulta la mejor de las bienvenidas.





Tras dejar la maleta en el lobby, pues el check in era tardío grrrrrr, salimos así no más sin ducha alguna a explorar el territorio. La primera impresión fue de decadencia, así y todo a pocas cuadras mi madre encontró en tiempo récord una tienda donde ejercer su deporte favorito: El shopping.
La caminata continuó hacia la que creímos era la plaza principal, la plaza Figueira, para a esas alturas intercambiar opiniones sobre los lindos pero mal tenidos edificios y el encanto de los azulejos que junto a la ropa colgada decoran sus fachadas. Sólo una breve pausa  para comer unos ricos pastelitos ( sin manjar pero nota siete) interrumpió el paso hasta llegar a la verdadera joya que andábamos buscando,  la Plaza del Comercio, en mi opinión el lugar más característico y lindo de la ciudad, en ese momento nos miramos y sin decir palabra se entendió un tácito "ya está, valió la pena el pique"

 Chalupeamos varias horas sin parar, el parecido con Valparaíso fue el comentario , por los cerros y trolleys, pero también por ese aire envejecido que parece a ratos situar a Lisboa como una ciudad lejos del progreso. Unánime también fue decidir que a las 14 hrs y tras una noche de tren, había que hacer un alto. Todo un agrado fue recibir nuestra elegante suite *** y dejarnos seducir cuales mujerzuelas por una larga y merecida siesta. Un disfrute que al día siguiente pagamos caro por la flojera de no haber leído lo suficiente.

Hasta ese minuto sin un ápice de culpa, el despertar entre plumones tipo nube se hizo complicado, pero no había tiempo que perder, el hambre acechaba y además la ducha era inminente (estimamos que usar el jacuzzi era antiecológico y una pérdida de tiempo). Renovadas y guapas lo que vino fue descubrir más calles preciosas atiborradas de restaurantes con mozos estupendos hasta la estupefacción :) y una de las mayores atracciones de esta mítica capital portuaria, su mirador principal,el famoso elevador de Santa Justa.

La comida con pescado y calamares estuvo deliciosa, fue realmente un preámbulo de lo que probaría en el siguiente almuerzo. No señores, no nos aburguesamos, sólo que sería un día especial, mi cumpleaños número treinta y había que celebrarlo, o más bien seguir celebrando la vida, para lo que viajar se posiciona como la mejor fiesta.

Corren los 30

Tanta langosta en los mostradores se me hacía curioso,porque es un plato caro, pero más que casualidad era un indicio de que aún había mucho que no habíamos visto. Dicho y hecho al día siguiente no lo podíamos creer, era nuestro segundo y último día. Con espanto caí en cuenta que no habíamos visto prácticamente nada!

Entre todo lo que vimos a nuestra llegada, estaba un bus turístico amarillo, la idea era no tomarlo pero todo lo que ofrecía visitar era imposible verlo de otra manera, incluye ascensores, todo el transporte público, funiculares y cuanta cosa a la que uno se pueda subir organizado en dos rutas. Encaramadas arriba del famoso bus con un puñado de gringos abrimos los ojos a una ciudad enorme, desarrollada, llena de color,  graffitis - es considerada la capital de este arte- y con un gran puerto, con historia. Castillos, torres y catedrales centenarias  eran sólo la punta del iceberg.

Pese a estar de cumpleños no sentí que fuese así, es raro estar viajando y que sólo la persona que está contigo te salude, sin celular es estar fuera del mundo. Pero la oportunidad de ser atendidas por un genuino "buen mozo" no la iba a dejar pasar y pese a que la elección del restaurant para almorzar fue tan infantil como para basarse sólo en dos parámetros (que  fuese italiano y atendido por un garzón tipo modelo) terminamos comiendo la mejor lasaña que hayamos probado en nuestras sibaritas vidas, una pesada pausa que enlenteció nuestra loca carrera por alcanzar a ver lo más posible.

Es en Lisboa donde se encuentra el segundo oceanario más grande del mundo con 500 mil ejemplares de 200 especies y por pava me lo perdí!! Además de no poder ver el museo de carruajes y sólo admirar por fuera la Catedral de Los Jerónimos y muy de lejos un imponente puente tipo Brooklyn. Es para morirse!

Alcanzamos a visitar el museo del azulejos que está en un convento, a perdernos en una micro (no es broma y fue mi culpa), ver el Parque de las Naciones y disfrutar la vista de parques y construcciones fastuosas. El siguiente paso fue subir por los cerros en los antiguos funiculares para llegar al bohemio Barrio Alto justo en el momento que atardecía y los colores del lluvioso cielo configuraban la foto perfecta con lo cual vino el ataque de risa y apuro por llegar a tomar ese tren donde pasaríamos la noche otra vez.



***Un golazo fue la elección del hotel Almirante, de lujo, placenteras camas y un desayuno opíparo. Acá si podemos decir que fue barato y además a media cuadra del metro.