Tuesday, February 22, 2011

Nadar

Bajo el agua, hasta las dos, tres de la mañana. Entonces hay algo que no te deja mentalizarte; una ansiedad abismante que llena el cuerpo como un escalofrío, quiero otro y otro más, las quiero todas, vivir, conocer,hacer, por lo pronto otra cerveza más.

Hablar. A veces siento que tengo tanto que decir y otras hablo tanto que luego siento que habría sido más digno guardar silencio. Hablar abre puertas,  mundos, crea reinos y devasta corazones. En cambio escuchar es lo que nos hace falta a todos: un poco de paciencia y otro poco de mesura. Algo de cariño.

La euforia de encontrar una oreja es casi comparable hoy en día a encontrar una billetera botada, después de recogerla qué? ¿Devolverla? ¿Ver qué hay dentro? ¿Tentación? ¿Desconfiar o sentirse dueño de una suerte tremenda? El punto es que no le cambia la vida a nadie, escuchar a alguien tampoco cambia nada y hablar tampoco parece que cambia nada.

El mundo sigue, el viento corre, la gente sigue viviendo y muriendo por las mismas cosas, en tanto que yo sigo con la misma respuesta: ser una mujer orgullosa de lo que soy porque todo lo que he vivido - aunque sea poco- me hecho ser la persona que soy y ser así me gusta. Listo¡¡¡

Puede que me guste pero eso no significa que pueda contestar que si si alguien me pregunta si soy feliz.

Estar orgulloso de uno mismo es el sucedáneo para no decir que todavía no llego a ser esa que he soñado ser, para esos momentos que se nos oye sin escucharnos o que la respuesta de un extraño al que confiamos el impulso (o el clamor) de ser escuchadosnos entrega un reflectante, al mismo tiempo obvio que inesperado.

Lo que uno ya sabe y duele, o da lata escuchar.